dadle el paso a aquellos que entre tinieblas hemos vivido

25 mar 2008

एल cuervo

Edgar Allan Poe
(Boston, 1809 - Baltimore, 1849)


el cuervo



Una vez, al filo de una lúgubre media noche,
mientras débil y cansado, en tristes reflexiones embebido,
inclinado sobre un viejo y raro libro de olvidada ciencia,
cabeceando, casi dormido,
oyóse de súbito un leve golpe,
como si suavemente tocaran,
tocaran a la puerta de mi cuarto.
“Es —dije musitando— un visitante
tocando quedo a la puerta de mi cuarto.
Eso es todo, y nada más.”

¡Ah! aquel lúcido recuerdo
de un gélido diciembre;
espectros de brasas moribundas
reflejadas en el suelo;
angustia del deseo del nuevo día;
en vano encareciendo a mis libros
dieran tregua a mi dolor.
Dolor por la pérdida de Leonora, la única,
virgen radiante, Leonora por los ángeles llamada.
Aquí ya sin nombre, para siempre.

Y el crujir triste, vago, escalofriante
de la seda de las cortinas rojas
llenábame de fantásticos terrores
jamás antes sentidos. Y ahora aquí, en pie,
acallando el latido de mi corazón,
vuelvo a repetir:
“Es un visitante a la puerta de mi cuarto
queriendo entrar. Algún visitante
que a deshora a mi cuarto quiere entrar.
Eso es todo, y nada más.”

Ahora, mi ánimo cobraba bríos,
y ya sin titubeos:
“Señor —dije— o señora, en verdad vuestro perdón
imploro,
mas el caso es que, adormilado
cuando vinisteis a tocar quedamente,
tan quedo vinisteis a llamar,
a llamar a la puerta de mi cuarto,
que apenas pude creer que os oía.”
Y entonces abrí de par en par la puerta:
Oscuridad, y nada más.

Escrutando hondo en aquella negrura
permanecí largo rato, atónito, temeroso,
dudando, soñando sueños que ningún mortal
se haya atrevido jamás a soñar.
Mas en el silencio insondable la quietud callaba,
y la única palabra ahí proferida
era el balbuceo de un nombre: “¿Leonora?”
Lo pronuncié en un susurro, y el eco
lo devolvió en un murmullo: “¡Leonora!”
Apenas esto fue, y nada más.

Vuelto a mi cuarto, mi alma toda,
toda mi alma abrasándose dentro de mí,
no tardé en oír de nuevo tocar con mayor fuerza.
“Ciertamente —me dije—, ciertamente
algo sucede en la reja de mi ventana.
Dejad, pues, que vea lo que sucede allí,
y así penetrar pueda en el misterio.
Dejad que a mi corazón llegue un momento el silencio,
y así penetrar pueda en el misterio.”
¡Es el viento, y nada más!

De un golpe abrí la puerta,
y con suave batir de alas, entró
un majestuoso cuervo
de los santos días idos.
Sin asomos de reverencia,
ni un instante quedo;
y con aires de gran señor o de gran dama
fue a posarse en el busto de Palas,
sobre el dintel de mi puerta.
Posado, inmóvil, y nada más.

Entonces, este pájaro de ébano
cambió mis tristes fantasías en una sonrisa
con el grave y severo decoro
del aspecto de que se revestía.
“Aun con tu cresta cercenada y mocha —le dije—,
no serás un cobarde,
hórrido cuervo vetusto y amenazador.
Evadido de la ribera nocturna.
¡Dime cuál es tu nombre en la ribera de la Noche Plutónica!”
Y el Cuervo dijo: “Nunca más.”

Cuánto me asombró que pájaro tan desgarbado
pudiera hablar tan claramente;
aunque poco significaba su respuesta.
Poco pertinente era. Pues no podemos
sino concordar en que ningún ser humano
ha sido antes bendecido con la visión de un pájaro
posado sobre el dintel de su puerta,
pájaro o bestia, posado en el busto esculpido
de Palas en el dintel de su puerta
con semejante nombre: “Nunca más.”

Mas el Cuervo, posado solitario en el sereno busto.
las palabras pronunció, como virtiendo
su alma sólo en esas palabras.
Nada más dijo entonces;
no movió ni una pluma.
Y entonces yo me dije, apenas murmurando:
“Otros amigos se han ido antes;
mañana él también me dejará,
como me abandonaron mis esperanzas.”
Y entonces dijo el pájaro: “Nunca más.”

Sobrecogido al romper el silencio
tan idóneas palabras,
“sin duda —pensé—, sin duda lo que dice
es todo lo que sabe, su solo repertorio, aprendido
de un amo infortunado a quien desastre impío
persiguió, acosó sin dar tregua
hasta que su cantinela sólo tuvo un sentido,
hasta que las endechas de su esperanza
llevaron sólo esa carga melancólica
de ‘Nunca, nunca más’.”

Mas el Cuervo arrancó todavía
de mis tristes fantasías una sonrisa;
acerqué un mullido asiento
frente al pájaro, el busto y la puerta;
y entonces, hundiéndome en el terciopelo,
empecé a enlazar una fantasía con otra,
pensando en lo que este ominoso pájaro de antaño,
lo que este torvo, desgarbado, hórrido,
flaco y ominoso pájaro de antaño
quería decir granzando: “Nunca más.”

En esto cavilaba, sentado, sin pronunciar palabra,
frente al ave cuyos ojos, como-tizones encendidos,
quemaban hasta el fondo de mi pecho.
Esto y más, sentado, adivinaba,
con la cabeza reclinada
en el aterciopelado forro del cojín
acariciado por la luz de la lámpara;
en el forro de terciopelo violeta
acariciado por la luz de la lámpara
¡que ella no oprimiría, ¡ay!, nunca más!

Entonces me pareció que el aire
se tornaba más denso, perfumado
por invisible incensario mecido por serafines
cuyas pisadas tintineaban en el piso alfombrado.
“¡Miserable —dije—, tu Dios te ha concedido,
por estos ángeles te ha otorgado una tregua,
tregua de nepente de tus recuerdos de Leonora!
¡Apura, oh, apura este dulce nepente
y olvida a tu ausente Leonora!”
Y el Cuervo dijo: “Nunca más.”

“¡Profeta!” —exclamé—, ¡cosa diabolica!
¡Profeta, sí, seas pájaro o demonio
enviado por el Tentador, o arrojado
por la tempestad a este refugio desolado e impávido,
a esta desértica tierra encantada,
a este hogar hechizado por el horror!
Profeta, dime, en verdad te lo imploro,
¿hay, dime, hay bálsamo en Galaad?
¡Dime, dime, te imploro!”
Y el cuervo dijo: “Nunca más.”

“¡Profeta! —exclamé—, ¡cosa diabólica!
¡Profeta, sí, seas pájaro o demonio!
¡Por ese cielo que se curva sobre nuestras cabezas,
ese Dios que adoramos tú y yo,
dile a esta alma abrumada de penas si en el remoto Edén
tendrá en sus brazos a una santa doncella
llamada por los ángeles Leonora,
tendrá en sus brazos a una rara y radiante virgen
llamada por los ángeles Leonora!”
Y el cuervo dijo: “Nunca más.”

“¡Sea esa palabra nuestra señal de partida
pájaro o espíritu maligno! —le grité presuntuoso.
¡Vuelve a la tempestad, a la ribera de la Noche Plutónica.
No dejes pluma negra alguna, prenda de la mentira
que profirió tu espíritu!
Deja mi soledad intacta.
Abandona el busto del dintel de mi puerta.
Aparta tu pico de mi corazón
y tu figura del dintel de mi puerta.
Y el Cuervo dijo: “Nunca más.”

Y el Cuervo nunca emprendió el vuelo.
Aún sigue posado, aún sigue posado
en el pálido busto de Palas.
en el dintel de la puerta de mi cuarto.
Y sus ojos tienen la apariencia
de los de un demonio que está soñando.
Y la luz de la lámpara que sobre él se derrama
tiende en el suelo su sombra. Y mi alma,
del fondo de esa sombra que flota sobre el suelo,
no podrá liberarse. ¡Nunca más!

अमोर diabolico

Él estaba allí... alimentándose de mis miradas enamoradas... alimentándose de mi presencia, de mi aroma... enredando sus largas y puntiagudas uñas en mi rubio y libre cabello...
Allí estaba él... el que alguna vez había irrumpido en la casa y en la vida del Dr. Fausto, llenándola de placeres y desdichas diabólicas... aquel que había tentado a Jesucristo en el desierto... el mismo que se deslizó por el tronco del árbol del Edén y corrompió el alma de Eva... y ahí estaba... acariciándome el cabello y susurrándome al oído cuánto me amaba.-
Y yo estaba ahí, aceptando sus suaves roces y escuchando sus deliciosos suspiros en mi oreja...
Dolía... claro que dolía; amar al Diablo y que él te ame a ti puede llegar a ser muy doloroso... pero ahora ése dolor era abstracto... ése momento era el clímax de mi existencia... ¡Habráse sentido placer más extraordinario que sentir las manos del Diablo acariciándolo a uno!.-
Su lengua viperina jugaba en algún lugar de mi cuello mientras sus dedos habían dejado la tierna tarea de enredar mis cabellos y paseaba sus arácnidas manos por mi pecho, rozando mis pezones... haciendo que éstos se endurecieran.-
¡Y pensar que yo creía ser un muchacho lleno de vigor capaz de rechazar hasta al mismísimo Infierno con sus ímpias hordas de criaturas y su Diablo!.-
De repente ya no siento nada... ya no escucho sus siseantes y escurridizas palabras ni percibo su delicado toque erótico; estoy solo en mi habitación, semidesnudo, con los pezones agredidos, el cabello enredado y mirando por la ventana...
Deseo volver a sentirlo... deseo volver a escuchar sus historias, a sentir el calor de su aliento en mi piel... sentir el contínuo roze que sus ardientes labios impartían a cada hermosa palabra que su boca dejaba escapar.-
Y entonces me giré sobre mis talones y él estaba sobre la cama, sonriéndome y extendiendo sus brazos... invitándome a un abrazo diabólico.-
Comenzé a acercarme lentamente y cada vez que pestañeaba estaba en mi cama una persona diferente: Himler me sonreía con lascividad haciéndome sentir un Hitler barato de ésos que admiran los niños que no saben a qué aferrarse, Chapman extendía más y más sus manos tratando de abrazarme mientras dejaba a un lado unos anteojos que me resultaban muy familiares, Griffith pestañeaba compulsivamente mientras hinchaba su pecho, recordándome aquella portada de una de sus películas de los inicios del KKK... y yo lo acepté... yo me incliné sobre la cama, me senté a horcajadas sobre su pecho... y hundí mi rostro en sus labios...
El beso de Judas... él es el Diablo... él es el predicador de la oscura palabra... vengan a por él...
pero antes permitánme efectuar mi anhelado coito diabólico... dejen que me funda, que seamos uno... dejenme disfrutar de su sensual presencia... y luego de hacer el amor con Al Ghoul tendré tiempo para pensar si debo o no expíar mis pecados...
Y ahí estábamos, gritando enloquecidos, hasta que nuestras voces enronquecieron... hasta que nuestros alaridos sacudieron las alturas de los cielos y agrietaron las profundidades infernales... Alcanzamos el éxtasis juntos, Diablo y Devoto... Mi amado y yo...
Y todo acabó como había empezado: con mi mirada perdida en el exterior que vislumbraba a través de la sobria ventana, con el Diablo acariciando mis cabellos y rogándome por una noche más de desenfreno y lujuria....-
Nosotros estábamos allí... expectantes y ansiosos... enamorados.-